La rapidez, incertidumbre e hipercompetitividad, definen el nuevo entorno en el que nos movemos. En este contexto, una preocupación común a las empresas de todos los sectores es cómo evolucionar y conectar lo que hacen con las nuevas reglas del mercado, las nuevas generaciones de consumidores y la transformación que mueve la sociedad.

La innovación en todas las áreas y la incorporación de nuevas formas de comunicar y acceder al cliente nos obligan a preguntarnos por el grado de cambio o adaptación necesario. Las compañías se enfrentan al reto de adelantarse a los nuevos hábitos, intereses y sensibilidades, preparando a sus organizaciones para identificar qué y cómo evolucionar, pero sin olvidar proteger al mismo tiempo los principios que siguen funcionando y deben permanecer.

En este entorno hay algo que no cambia, y es la necesidad de seguir conectando nuestros negocios con las personas. Cualquiera que sea la fórmula, el éxito de cualquier compañía pasa por aquí, por ser útiles e imprescindibles, en lo funcional y/o en lo emocional.

Esta es la razón de la importancia creciente en la creación y gestión activa de marcas fuertes, su enorme poder para vincular clientes, empleados y sociedad alrededor de una idea que atraiga, inspire y genere confianza. En esta evolución permanente, las marcas se confirman como ejes estratégicos y de valor esenciales para guiar la dirección y toma de decisiones que las compañías han de seguir en esta imparable transformación. Son la garantía de no perder el foco, combatir la dispersión, evitar la banalización de la propuesta de valor y sumar en el cambio.

Nos enfrentamos a nuevos modelos y a cuestionar muchas fórmulas establecidas, donde la marca se convierte en un activo estratégico capaz de impulsar nuevas formas de proteger nuestros mercados, de reinventar las reglas y confirmar los principios que nos han traído a estos tiempos de cambios.